martes, 10 de junio de 2025

                 


         La Laguna de los Sueños Rotos y las Almas Renovadas 


Bajo el manto de las estrellas de Huancabamba, donde las montañas susurraban secretos ancestrales las cuales rodeaban al viejo Yacumama, un brujo con una larga barba blanca y ojos que habían visto mucho. Su casa, una pequeña cabaña de adobe, estaba junto a una laguna mágica, una de muchas en ese lugar misterioso. Hoy, esperaba a dos extranjeros, Isadora  y Jasper , que habían llegado buscando paz . Parecían cansados y perdidos. Dos jóvenes de la aldea, los alzadores llamados Eliam y Kael, los acompañaban. El aire era fresco y olía a hierbas finas . El Yacumama sonreía, listo para guiar a sus visitantes en una ceremonia especial. Sabía que les esperaba un viaje difícil, pero también sabía que, con la ayuda de las lagunas y los espíritus de la montaña, podría ayudarlos a sanar.

El Yacumama condujo a Isadora y Jasper a la laguna sagrada, donde el agua oscura y profunda parecía tragarse la luz de la luna. Los alzadores, Eliam y Kael, no eran simples ayudantes; sus ojos brillaban con una luz extraña, y sus movimientos poseían una precisión inquietante. Sobre la mesa, las espadas parecían susurrar, las conchas marinas pulsaban con una luz interna, y las flores blancas exhalaban un aroma que era a la vez dulce y nauseabundo. En el centro, el San Pedro, un líquido blanco y viscoso  parecía moverse por sí solo, latía con una energía inexplicable.

Isadora  y Jasper , presa de una mezcla de fascinación y temor, observaron la vasija. El aroma del San Pedro era penetrante, un olor a tierra húmeda, hierbas y algo más, algo indefinidamente místico. Isadora sintió un escalofrío que no era solo de frío. Jasper , por su parte, percibió una presencia invisible, un susurro en la oscuridad que le helaba la sangre.

El Yacumama, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos, explicó el ritual: no solo una limpieza, sino una confrontación con las sombras que habitaban en sus almas. Les ofreció el San Pedro, no como una bebida, sino como un pacto con lo desconocido.

Mientras el brebaje hacía efecto, los cánticos del Yacumama se volvieron más profundos, más inquietantes. Eliam y Kael, con los ojos cansados, inhalaban el tabaco líquido a través de las conchas y a las ves añadían una mescla de cigarro inca pero el humo no era simplemente un  humo cualquiera; eran serpientes de energía oscura que se elevaban y danzaban en el aire, formando figuras inexplicables y amenazantes. Las visiones de Isidora  y Jasper  se volvieron más vívidas, más aterradoras: monstruos surgían de las profundidades de la laguna, susurros malignos llenaban sus mentes, y recuerdos olvidados, dolorosos y perturbadores, afloraban a la superficie. El Yacumama, con su guía experto y su poder sobrenatural, los guiaba a través de este laberinto de pesadillas, ayudándoles a confrontar sus miedos más profundos. Los alzadores, con su ritual de tabaco, combatían las fuerzas oscuras que intentaban arrastrar a Isadora y Jasper a la locura.

Al final, exhaustos pero transformados, Isadora y Jasper  se sentían renovados, pero una inquietante sensación de incompletitud permanecía. El Yacumama, con una expresión inusualmente grave, les explicó que la entidad oscura que los aquejaba no había sido completamente retirada, solo debilitada, arrastrada  a un rincón de sus almas. Era una amenaza latente, una semilla de oscuridad que podría germinar en cualquier momento.

Eliam y Kael, con los rostros pálidos y los ojos hundidos, confirmaron las palabras del Yacumama. El humo del tabaco  y la mescla del san pedro y laguna lo había debilitado, pero no la había destruido. Había dejado una marca, una cicatriz invisible en sus espíritus.

Isidora y Jasper  se miraron, el miedo y la incertidumbre reflejados en sus ojos. Sabían que su viaje no había terminado. Habían enfrentado sus demonios internos, pero una parte de ellos seguía manchada por la oscuridad. Debían seguir vigilantes y conscientes de la amenaza latente que podría resurgir en cualquier momento.

El Yacumama les dio un amuleto, un pequeño talismán para protegerlos, pero les advirtió que su propia fuerza interior sería su mejor arma.

Isidora y Jasper abandonaron Huancabamba, llevando consigo la paz y la serenidad ganadas con esfuerzo, pero también la sombra de la incertidumbre. Sabían que la lucha contra la oscuridad era un proceso continuo, una batalla que librarían a lo largo de sus vidas. El recuerdo de las lagunas sagradas, de los cánticos ancestrales y del humo y el tabaco, se convertiría en un recordatorio constante de la fragilidad de la luz y la persistencia de las sombras. La amenaza no había desaparecido; simplemente estaba esperando su momento.



                                                                                              (Levy. M 07/09/2025)

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